Rodear tu esencia de abuelo con mis brazos fue vivir en la morada de Dios junto a tu naturaleza impregnada,
Tu cuerpo latente en mis brazos se volvía lo prohibido del desprecio, lo intocable de la envidia.
Los sentimientos más intensos guardados en un cofre cerrado esperaban tu cariño para que revelaras tu obsequio.

Una nieta en tus brazos existía e inocente fue tu sonrisa al mirarme al tiempo del que una estrella fugaz pasa por el cielo de nuestras vidas.

Te indagabas que harías conmigo cuando a lo lejanamente te observaba, yaciendo tu vida un mar de interrogaciones ocultas.
Cuando sin decir una palabra, en tu cuerpo profesabas un abrazo, si desde aquel rincón olvidado, tu nieta te quería, aun sin pronunciar una palabra.

Defraudaste con tu afonía mis sentimientos, sin palpar la verdad de mi afecto y las letras que quedaron en mi garganta para exclamarte que te quería.

Con la perdida de un abrazo en las penumbras de mi vida fue mi destino un abismo sin final.

La desconfianza colmó mi llanto, con el temor a confiar, y que de un instante a otro solo discierna en mi espalda una daga hiriendo mis sentimientos.
Dejando a mi lado tu único muchacho, ese miedo invade mis palabras a cada hora que lo miro y en mi mente y en mis ojos refleja tu recuerdo.

Mis lágrimas recorren las nostalgias de tus palabras por mis mejillas, perdiéndose por el aire las letras en silencio.

Mis manos… mis manos solo apreciaron la textura de la tuyas conmemorando el último día que te miré, que te adjudiqué un beso y una caricia inocente, pero tu ya no mirabas mis ojos, ya no me pronunciaste hija, porque ya habías muerto para escuchar que te quería.

Para Alfredo Antonio Bianchini, de su nieta María Antonella Bianchini.